Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,11b-17):
En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban.
Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle: «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.»
Él les contestó: «Dadles vosotros de comer.»
Ellos replicaron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.» Porque eran unos cinco mil hombres.
Jesús dijo a sus discípulos: «Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.»
Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.
Palabra del Señor
La reflexión del padre Adalberto
Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Ciclo C.
Esta solemnidad se celebra con un énfasis distinto en cada uno de los tres ciclos del año litúrgico:
• En el Ciclo A: el signo del cuerpo bajo el símbolo del pan.
• En el Ciclo B: el signo de la sangre bajo el símbolo del vino.
• En este Ciclo C: el signo de reino de Dios bajo el símbolo del banquete.
Jesús envió a los Doce «a proclamar el reinado de Dios» (Lc 9,2), pero ellos no se atuvieron a las indicaciones que él les dio (cf. Lc 9,6), y esto provocó una enorme confusión: Herodes, agente del poder político, recibió un mensaje equívoco porque los comentarios de la opinión pública eran erráticos. La presunta resurrección de Juan debía de atemorizarlo, pero él se tranquilizaba a sí mismo pensando que la muerte era irreversible; la aparición de Elías, el fustigador del ejercicio ilegítimo del poder, no le inquieta, como tampoco la posibilidad de que resurja un profeta como los antiguos, todos críticos frente al poder político. Él se siente seguro por su capacidad de matar. Lo único que lograron los Doce fue provocar la curiosidad del tetrarca Herodes (cf. Lc 9,1-6).
Lc 9,11b-17.
Jesús quiso enderezar las cosas y se propuso reunir aparte a los Doce para corregir su concepción. Por eso, se los llevó a Betsaida («lugar de la pesca»), para recordarles así su vocación (cf. Lc 5,10). Pero las multitudes que lo seguían a él lo buscaron hasta encontrarlo. Y entonces él cambió de planes: acogió las multitudes y les expuso su mensaje sobre el reinado de Dios. En virtud de este mensaje, «dejó sanos a los que necesitaban de cuidados», es decir, a las multitudes desorientadas. Y se observan a continuación actitudes diferentes entre los discípulos, la multitud y Jesús.
1. Los discípulos.
La multitud no los seguía a ellos, sino a Jesús. Y el día empezó a declinar, la luz se ensombreció, cuando los Doce, que estaban retirados, se le acercaron para pedirle que despidiera la multitud y la devolviera «a las aldeas», la sociedad fanática y excluyente «a buscar techo y comida», con el pretexto de estar en un lugar «desierto», aunque ese fuera el ámbito del éxodo.
Jesús quiso que se sintieran responsables de la multitud, pero ellos sólo se mostraron dispuestos a remitir la multitud a la sociedad pagana, «las aldeas y cortijos de alrededor», que se encontraban ya en territorio extranjero. Puesto que no compartían su nacionalismo fanático, porque Jesús los dejó sanos con su mensaje, ya no quieren «darles de comer». Estaban dispuestos a alimentar la multitud si ella compartía sus ideales (cf. Lc 9,6).
Consideran los Doce que los recursos de que disponen son insuficientes, porque son limitados. La cantidad aludida –«cinco panes y dos peces»– supone una totalidad heterogénea (5+2=7), que se relaciona con la creación de Dios en siete días (cf. Gen 2,2). No advierten que Jesús restaura la creación con su mensaje del reinado de Dios (cf. Lc 9,11), es decir, que Dios reina como Padre satisfaciendo las expectativas de vida de sus creaturas y abriendo su mano para saciarlas con sus bienes (cf. Sal 104,27-28). No ven viable la propuesta de Jesús, «dar»; la única alternativa que ven es la de «comprar». Y ni siquiera a eso están dispuestos.
2. La multitud.
Los discípulos hablaban con desdén de la multitud («el pueblo este»), poniendo así en duda su pertenencia a Israel, en tanto que ellos se sienten sus dignos representantes. Esta multitud ya había aparecido antes, junto a los Doce, representada por las tres «mujeres… y otras muchas que les ayudaban con sus bienes» (Lc 8,1-3). Ellas pusieron sus bienes al servicio de todos; ellos no se muestran dispuestos a compartir sus «cinco panes y dos peces».
El evangelista compara la multitud con las comunidades de profetas, que «eran como cinco mil hombres adultos», disponibles al Espíritu del Señor, como las comunidades de profetas (cf. 1Rey 18,4.13; 2Rey 2,7). Cinco mil (50×100) tiene relación con los «cinco panes» y con los «grupos de cincuenta». Cinco alude a la Ley (Pentateuco), que es sustituida por el Espíritu (Pentecostés) que lleva a los hombres a su adultez (cf. Hch 4,4). Los «dos peces» evocan los grupos misioneros «de dos en dos» (Lc 10,1) y la misión misma, la «pesca» (cf. Lc 5,10. «Betsaida»).
Por eso, Jesús les indica a los Doce que hagan que los hombres adultos se «reclinen» (κατακλίνω) para comer «en grupos de cincuenta». Este verbo «reclinarse» es exclusivo de Lucas en el Nuevo Testamento, y él lo refiere exclusivamente a las comidas en las que Jesús participa, relacionadas todas ellas con el reino de Dios (cf. Lc 7,35; 9,14.15; 14,8; 24,30). Nótese que son los Doce los encargados de hacer que la gente se recline; y, al indicarles que formen grupos de comensales de a «cincuenta», le enseña el verdadero valor de esa multitud.
3. Jesús.
Desde el principio, Jesús hace sentir que el solo anuncio de la buena noticia (cf. Lc 9,6) no basta para evangelizar. El mensaje del reinado de Dios se muestra efectivo cuando restaura la creación (cf. Lc 9,11) poniendo los bienes creados al servicio de la humanidad. Si no es así, el anuncio de la buena noticia se puede convertir en una ideología supersticiosa o meramente religiosa (cf. Lc 9,7-9). Para darle vida al pueblo, es necesario que vayan unidos la palabra y el pan. Y esto puede hacerse cuando se reconoce y se hace efectiva la dignidad del pueblo, que es lo que significa eso de invitarlos a la misma mesa como personas adultas, dignas de ser amadas y capaces de amar.
Jesús tomó las provisiones de los Doce y las relacionó con el Padre Creador («alzó la mirada al cielo»), origen de toda creatura, y con su designio de amor; se las agradeció como dones suyos para sus hijos («los bendijo»), les dio el destino que el Creador les asignó, haciéndolas llegar a los hijos («los partió»), y encargó a los Doce de repartirlas a la multitud. Este gesto suyo es también enseñanza para la multitud, que lo entiende, lo acoge y lo imita, porque él la tenía acostumbrada a hacerlo (cf. Lc 8,3). Todos se saciaron, y abundó para todo un pueblo («doce cestos»).
La celebración del Cuerpo y de la Sangre del Señor, lejos de ser un mero hecho folclórico o una simple expresión de religiosidad, es proclamación del reino de Dios con la palabra y el pan, esto es, con el banquete en el que todos somos invitados como iguales a compartir el amor generoso del Padre Creador y a darle gracias por las bendiciones que nos dio para compartir.
La eucaristía es signo y anuncio del reino de Dios. Ella es la escuela en la que se forma el discípulo de Jesús. En ella aprende a ser incluyente y solidario, y a compartir con los demás. En ella muestra el mundo nuevo que pretende construir. Por eso nunca podemos disociar la eucaristía de nuestra convivencia social. Lo propio del discípulo de Jesús es invitar a muchos al banquete de la vida. Esto es lo que hace que nuestra presencia en el mundo sea una luz que ilumina las sociedades humanas. Entonces sí, «¡bendito y alabado sea Jesús en el Santísimo Sacramento del altar!».
Feliz día del Señor.
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